domingo, fevereiro 26, 2006


TONI NEGRI FALA DE EUROPA

“Decir resistencia es decir común”
María Toledano
Rebelión

Profesor de Doctrina del Estado en la Universidad de Padua (Italia), Antonio Negri (1933) es uno de los animadores del debate político e intelectual de la izquierda alternativa de los últimos años. Dirigente de Potere Operaio, la corriente del obrerismo italiano de los años setenta, sus trabajos e intervenciones han suscitado profundas reflexiones en los grupos políticos del área de la llamada Autonomía Obrera. Detenido en 1979, pasó cuatro años en una prisión de máxima seguridad. Tras su exilio en París (1983-1997), regresó a Italia donde ha permanecido seis años privado de libertad. Autor de una prolífica obra, ha escrito infinidad de libros y artículos políticos, teóricos e históricos entre los que destacan La anomalía salvaje (Anthropos), El poder constituyente (Libertarias) Del Retorno. Abecedario Biopolítico (Debate), Marx más allá de Marx, La forma estado, Los libros de la Autonomía Obrera y La fábrica de la estrategia. 33 Lecciones sobre Lenin (Akal, Cuestiones de Antagonismo). Entre sus últimos libros destaca, en colaboración con Michael Hardt, Imperio (Paidós), que tendrá su continuación en otoño con la publicación de Multitud (Debate), su obra más esperada.

MT. ¿Cómo ve el futuro de los partidos de izquierda en Europa?

AN. Creo que los partidos de izquierda, comunistas y no comunistas, tienen que convertirse en estructuras políticas flexibles al servicio de los diferentes movimientos sociales si quieren resistir el empuje del capitalismo. Dicho esto, considero que, además, deben hacer una severa autocrítica sobre cómo han leído e interpretado su posición de clase con el fin de ligarse a las nuevas realidades productivas, a los nuevos sujetos productivos. Sólo a través de estos movimientos, y tras una fuerte debate interno podrán retomar el contacto con la realidad de la cual se han ido alejando. En la actualidad, el poder es biopoder porque ejerce el control sobre el trabajo y la vida después del trabajo. Por eso, el conflicto ya no se sitúa en la fábrica, sino en la vida. El capital se apodera de la vida de cada trabajador. Ahí se encuentra la resistencia: todos estamos dentro de una única cosa, el capitalismo, y no hay nada externo. Esta es la realidad que debe ser entendida por los partidos de izquierda.

MT. El 8 y 9 de mayo, en Roma, se va a constituir el Partido de la Izquierda Europea. ¿Qué opinión le merece esta iniciativa?

A.N. En principio es una iniciativa muy positiva. Ahora bien, también puede ser tremendamente formal y quedarse reducida a eso. A mi juicio, lo que es necesario hacer es avanzar en una intensa y honda discusión política, con aportaciones de diferentes campos y experiencias, sobre lo que está ocurriendo en el mundo, sobre la nueva realidad social a la que nos enfrentamos. Si no se hace así, si no se discute en profundidad sobre los nuevos espacios de intervención pública, la constitución de este partido puede terminar siendo sólo un acto formal ya que las realidades y la historia de los partidos es muy diversa. Es decir, el Partido de la Izquierda Europea será una unión ficticia en tanto y cuanto no se desencadene esa discusión, con calado político, sobre las nuevas formas de intervención en la esfera de lo real.

MT ¿Y la Constitución Europea?

AN La Constitución Europea permite plantear los problemas sociales y políticos a escala europea, que es, hoy por hoy, la única dimensión posible a partir de la cual se puede pensar, en realidad, los problemas importantes, los que afectan al colectivo. Este proyecto permitirá, al menos formalmente, la existencia de un marco general para plantear esas cuestiones cuya escala, desde el punto de vista de clase, es la escala europea.

MT. En el Foro Social Europeo de París usted fue una de las figuras invitadas más destacadas. Y de allí salió un no rotundo a la Constitución Europea.

En Italia, por ejemplo, el movimiento altermundista se mueve con toda cautela. Este movimiento de contestación está apostando por un modelo federal europeo radical y sostiene que hay que optar por este escenario europeo y luego decir qué tipo de Constitución general queremos. Lo que no se puede hacer es lo contrario: esquivar la dimensión europea de los problemas político-sociales escudándose en que esta Constitución es mala. Seguramente es mala, pero habrá que reformarla e iniciar políticas radicales a escala europea. Insisto en esta idea: la escala europea es la única realidad necesaria para plantear y tratar de responder a cuestiones de interés de clase.
MT. ¿Es un error que el movimiento altermundista tenga tanto temor a los partidos políticos tradicionales de la izquierda?

Yo creo que sí.
MT¿Por qué?

AN. Los partidos políticos tradicionales, incluso los más abiertos, se resisten a convertirse en estructuras organizadas al servicio de los movimientos. Y debería ser exactamente al contrario. Los partidos políticos de la izquierda deberían abrirse con generosidad y eficacia a los movimientos sociales, darles financiación efectiva que les permita crecer y avanzar, ofrecerles sus medios de comunicación, aportar sin reservas su experiencia política combativa, ayudarles con toda su logística para que estos movimientos, nuevos sujetos del debate político, puedan expresarse a través de éstos. Si no lo hacen así, los partidos tradicionales desaparecerán.

MT. Ha habido dos Foros Sociales Europeos, uno en Florencia y otro en París. ¿Por dónde se ha de avanzar en el tercero, el que se celebrará este año en Londres?

AN. Yo temo que el Foro de Londres vaya a ser un fracaso y que se vean ahí los límites de este tipo de encuentros. Y temo que los partidos políticos tradicionales ocupen demasiado espacio, tengan demasiado peso y asfixien la autonomía y espontaneidad del Foro. De alguna forma, aunque esto sería largo de explicar, esto ya sucedió en París.

MT. El 1º de Mayo es un día de movilización del tradicional sindicalismo. Usted se ha mostrado estos días muy crítico con este tipo de sindicatos mayoritarios y con su lectura del movimiento de clase.

AN. En Italia, este año, aparte de la habitual y conocida manifestación de los grandes sindicatos en Roma, también se ha convocado el May Day (Día de Mayo) en Milán. Su finalidad es convertir esta fecha emblemática para el movimiento obrero y la lucha sindical y social en el día de los trabajadores precarios. Estas nuevas realidades productivas, cada vez más numerosas, no están siendo representadas ni defendidas por los grandes sindicatos tradicionales, que deberían, sino quieren anquilosarse del todo, abrir sus puertas a los nuevos sujetos productivos, a las nuevas identidades productivas. Hoy ya no existe una clase obrera compacta, esa que iba antes a la fábrica. Hoy, ya no es masa sino multitud, una multitud llena de singularidades y ambigüedades. Los sindicatos mayoritarios, los tradicionales, no tienen por qué defender las viejas formas productivas de la clase obrera; no tiene sentido que se defienda a determinados estratos de trabajadores y que se deje pasar esta nueva realidad productiva y política. Es destacable y curioso observar cómo una parte de estos trabajadores precarios no quiere convertirse en trabajadores a tiempo fijo conscientes de que, desde el punto de vista económico, es algo imposible.

terça-feira, fevereiro 14, 2006


EUROPA, EUROPA

Por Camilo Nogueira

EL PAÍS - Opinión - 14-02-2005

La identidad europea contemporánea es inseparable del proceso de formación de los Estados, marcado por las hostilidades que se sucedieron desde el fin del Medievo con la Guerra de los Cien Años y el Cisma de Occidente hasta la caída de los Imperios y los trágicos problemas políticos y las guerras mundiales del siglo XX. Establecidos básicamente a través de las guerras, los Estados no fueron producto de la necesidad como pretende una ideología aún viva. Salvo Portugal, ninguno de los Veinticinco de la Unión tenía su actual forma territorial europea al principio del siglo XVI; sólo cuatro eran Estados en el momento de la Revolución Francesa. Con los Habsburgo, los reinos hispánicos peninsulares estuvieron integrados durante largos periodos en la misma corona con la totalidad o parte de los territorios de Estados de la UE: Italia, Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, Portugal; de la misma Francia. Pero esa identidad no se reduce a la formación contingente de los Estados. Comprende también momentos, como el Renacimiento y la Reforma, la Ilustración y la Revolución Francesa o las luchas socialistas y las conquistas sociales del siglo XX, en los que tomaron cuerpo el pensamiento político y filosófico y las organizaciones e instituciones que, formando parte de la identidad de Europa y estando ligadas al proceso conflictivo de la formación de los Estados, tienen un valor universal. Ahora la Unión Europea abre una nueva época. Por su transcendencia institucional y política, sitúa este momento a la altura de acontecimientos como la Reforma o la Revolución Francesa. Dándole un giro radical a la historia y la identidad europea, tiende a superar las fronteras que constituían la realidad y el símbolo de la soberanía absoluta de los Estados. Establece un espacio institucional y político incompatible con la soberanía absoluta, transformándola en compartida. Asume la construcción siempre inacabada de los valores de la libertad, la fraternidad y la igualdad, y no identifica la democracia y la igualdad internas con la exclusión de la diversidad cultural y nacional y con la ideología centralizadora y uniformizadora de los Estados. Por su poder económico, científico, tecnológico y por sus tradiciones sociales, puede instrumentar una sociedad abierta al mundo, especialmente capaz de arrostrar la globalización económica sin someterse a las suicidas políticas ultraliberales. Siendo ya la principal economía mundial, puede ser una potencia política internacional, fundamentada en los principios del respeto mutuo, el diálogo, la paz y la solidaridad, en el marco de la ONU, lejos ya de las tentaciones colonizadoras e imperialistas que definieron su historia. Lo anuncian su omportamiento en el Protocolo de Kioto, en el Tribunal Penal Internacional, en las negociaciones para combatir la pobreza y en la búsqueda de acuerdos para una desnuclearización generalizada. Puede apoyar procesos semejantes en otros continentes, como en Latinoamérica, y al mismo tiempo ayudar a la consolidación de Estados soberanos necesitados de establecer un poder democrático, participando justamente en la mundialización. La Unión cambia, además, la lógica de las relaciones políticas europeas, ya no explicables en los términos del enfrentamiento entre la URSS y los EE UU, y comienza a constituir uno de los polos de referencia superadores de la división de la guerra fría y de la hegemonía unilateral de los EE UU. Pero el futuro de la Unión es aún incierto. Ni está predeterminado, ni su desarrollo se puede dejar al azar de las circunstancias, "o seudónimo de Deus quando não quer assinar", según la feliz expresión de Lobo Antunes. Será la consecuencia de "un querer humano", como consideró Lucien Febvre las civilizaciones. En todo caso, como todos los acontecimientos trascendentes, necesitará de una larga y difícil maduración. La Reforma tuvo el contrapunto de la Contrarreforma y la Revolución Francesa, antes de condicionar el carácter de los acontecimientos de los dos últimos siglos, y fue sucedida en 1815 por la recuperación transitoria de las monarquías dinástico-religiosas, entre ellas la de Fernando VII. La construcción de la Unión Europea se enfrenta a dificultades objetivas extraordinarias. No se puede transformar mediante el simple voluntarismo una realidad de la magnitud de los Estados y sus fronteras. Se suman a ello las resistencias políticas de los Estados que, habiendo sido los protagonistas necesarios de la creación de la UE, constituyen también el principal obstáculo para su desarrollo. Reunidos en el Consejo o individualmente, se resisten a admitir las consecuencias de sus decisiones, dificultando la materialización de la dimensión común del proyecto europeo. Lo hacen especialmente frente a la
Comisión y, sobre todo, frente al Parlamento Europeo, pero también en la definición de políticas determinantes: el Reino Unido no asumiendo el euro y vetando el desarrollo de las políticas sociales comunes o encabezando a Estados, entre ellos el español con el anterior Gobierno, en la guerra de Irak, para condicionar la política internacional y de defensa de la UE a la voluntad del
Gobierno de EE UU, considerándolo como el aliado preferente. Incluso Estados favorables a la Europa política, como Alemania y Francia, pretenden reducir drásticamente, junto con el Reino Unido, Holanda, Suecia y Austria, el ya escaso Presupuesto de la UE, a pesar de que, con la ampliación a 27 Estados, serán 153 y no sólo 73 millones las personas objeto de la política de cohesión. Tampoco fueron favorables actitudes como las del Gobierno español de la pasada legislatura, fanfarroneando con el déficit cero frente a las dificultades presupuestarias de países, como Alemania, que a través de los Fondos Estructurales o de Cohesión enviaban a la Península las sumas que contribuían a hacer posible tal proeza. Aun así, y a pesar de las dificultades y resistencias, la Constitución avanza en el camino de la Europa política y no retrocede en la Europa social. Integra elementos de gran alcance para la estructuración política de la Unión: la Carta de Derechos Fundamentales, el incremento de la capacidad legislativa del Parlamento, la iniciativa legislativa popular. La definición de la UE como entidad jurídica, capacitándola para firmar acuerdos internacionales. La inclusión de "competencias para definir y aplicar una política exterior y de seguridad común". El Tratado Constitucional, manteniendo definiciones conservadoras de política económica, incorpora también afirmaciones institucionales y sociales avanzadas y no presenta ningún obstáculo para el incremento del nivel del Presupuesto ni para la instrumentación de políticas progresistas. El texto afirma la primacía de la Constitución y del Derecho de la Unión, en el ejercicio de sus competencias, sobre el Derecho de los Estados miembros, situando en su lugar los debates interesados y dogmáticos que, en nuestro caso, pretenden sacralizar la Constitución de 1978. Abre nuevas perspectivas para las naciones sin Estado y la ampliación interna, al definirse por la diversidad nacional y lingüística, aceptando de hecho el carácter plurinacional de los Estados, aunque por el interior de la Constitución discurre una corriente estatalista jacobina que impidió hasta ahora el reconocimiento del estatus de nación europea a Escocia, Gales, Galiza, Cataluña, Euskadi, Flandes o Bretaña, mientras integra
institucionalmente a Luxemburgo, Chipre, Malta, Eslovenia, Eslovaquia, Letonia Estonia (podría incorporar incluso a Andorra porque tiene un Estado). La Constitución de la UE no asegura "las Bendiciones de la Libertad para nosotros mismos y nuestra Posteridad", como proclama en la introducción de la Constitución de los EE UU de 1787, pero sin llegar a asegurarnos tanta felicidad, afirma en el primer párrafo de su Preámbulo: "Los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de derecho". Resultado de un compromiso, sin incorporar aportaciones más avanzadas del Parlamento Europeo, constituye un paso más en la consolidación política de la Unión. Cuando frente a la Convención se reclama, legítimamente, una Asamblea Constituyente, no se tiene en cuenta que su convocatoria sólo será posible cuando exista un espacio de poder y territorial indiscutido, lo que no es hoy el caso de la UE, donde determinados Estados podrían ignorar los resultados de la Asamblea, frustrando todo lo emprendido. La consolidación de la Unión con el desvanecimiento de las fronteras históricas y la creación de una ciudadanía europea constituyen el camino acertado y practicable para que un día se pueda elegir directamente un Parlamento que sobre lo ya andado escriba la Constitución de la Europa política y social, donde se afirme la unidad y se asuma toda la diversidad de los pueblos de Europa.